jueves, 13 de enero de 2011

El caracol y su tormenta

Y ahí estaba otra vez esa nube gris, rechoncha y enorme. Por los truenos que sonaban dentro de ella, era de esperarse que seguiría creciendo, como siempre. Crecería y crecería hasta convertirse en una nube negra que llenaría todo el espacio. El caracol ya estaba cansado. Siempre sucedía lo mismo.
De pronto, las gotas de agua comenzaron a caer, primero unas poquitas de esas chiquititas que uno apenas puede sentir. De hecho, había comenzado a llover poco tiempo antes, pero el caracol no se dio cuenta de tan pequeñas que eran las gotas. Lo único bueno de todo esto era que el caracol podía elegir el color de la sombrilla y entonces, en su corazón un brillo como de sol resplandecía. A veces pensaba que era lo único bueno en aquel mundo pequeño. Ahora las gotas cada vez se volvían más y más grandes y poco a poco se empezaba a formar aquella cortina de agua que una vez más lo llenaría todo.  
El caracol empezó a imaginarse de que color sería su nueva sombrilla, se imaginaba una sombrilla anaranjada, si, anaranjada. Nunca se había imaginado una así. Sería naranja con líneas de color morado y un azul muy intenso. Y el mango de la sombrilla, sería en forma de espiral y cada giro de la espiral estaría formada por otras espirales cada vez más pequeñas.  ¡Que divertido era todo esto!. Y mientras lo pensaba, la sombrilla se iba formando exactamente de la forma y los colores que él caracol se imaginaba. Ahora la sombrilla tendría puntos. Y cada vez que una gota tocará uno de ellos un sonido único sonaría, entonces la sombrilla debajo de aquella cortina de agua sería como una gran orquesta.
¡La música!. Que bueno era escuchar todos aquellos sonidos que caían del cielo, la lluvia no era más un evento aburrido y monótono, ahora era una fiesta de color, formas y sonidos. El caracol sonreía, el no se daba cuenta pero de su corazón de caracol salía un sonido como de arpas, de cientos de ellas.
            Lentamente, la nube comenzó a desaparecer y del cielo no cayeron más gotas. La sombrilla comenzó a desaparecer conforme las gotas del cielo dejaron de caer. Ahora en el centro de aquel mundo pequeño, solo había un gran lago que se había formado con todas las gotas de lluvia. 
El caracol estaba un poco triste, ya no llovía ni había sombrilla de colores, ni música, estaba él solo en su pequeño mundo. En este punto debo insistirles, este era un mundo pequeño de verdad, solo cabían un caracol, una tormenta o un lago y una sombrilla, nada más. Cada cierto tiempo se formaba, una vez más, aquella nube gris y rechoncha y la historia volvía a comenzar. El caracol podía imaginarse otra sombrilla, la que él quisiera, de colores, con música, sin música, alargada, puntiaguda, ancha, circular. El número de formas que la sombrilla podía tomar no tenía límite.
            Alrededor, existen muchos mundos pequeños, algunos con caracoles y tormentas, otros con grillos y ríos, otros con catarinas o con pequeñas aves invisibles a nuestros ojos. En ellos, en este momento, está ocurriendo una historia que volverá a empezar.
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