domingo, 30 de enero de 2011

El día que la tierra


Dicen que ese cerro no siempre estuvo ahí, y dicen también que ha ido creciendo poco a poco a lo largo de los años. Ese cerro es el único que existe en muchos kilómetros a la redonda y su existencia tiene una explicación.
                Todo empezó cuando a ella le entró en la cabeza eso de caminar y caminar, cuando descubrió que la tierra podría ser recorrida hasta el cansancio, cuando descubrió que incluso el mismo camino podía ser recorrido todos los días y todos los días ofrecer algo nuevo. A ella le gustaba recorrer los caminos que como cicatrices tenía la tierra que le rodeaba, desde pequeña su mayor placer y en lo que invertía su tiempo y sus energías era en caminar por ahí. Regresaba a la hora que el cielo tiene el mismo color de la tierra oxidada, el rojo, antes de que llegara al negro profundo de la tierra húmeda. Ahí, cerca de la tierra transcurrió su niñez, ahí junto a ella pasó de la niñez a la adolescencia cuando un día volvió a su casa con las piernas escurridas de sangre, oculta por una fina capa de tierra, de polvo. También, muy cerca de ella, pasó de un salto al mundo sensual de los placeres corporales cuando un hilo de sangre escurrió a la tierra. Ese fue quizá el día decisivo, porque la tierra sintió el orgasmo como propio cuando un espasmo le fue transmitido.
                Fue entonces cuando la tierra se abandonó y empezó a creer que ella era la que había concebido. Después de darse cuenta que ella esperaba un hijo inició una etapa frenética de entrega y empezaron a aparecer árboles cargados de frutas, raíces jugosas, tubérculos suculentos, vegetales, flores y semillas aquí y allá. El bebé creció nutrido de delicias y alimentos prodigiosos.
Pero llegó el día y la tierra no sintió ningún dolor que le indicara que de sus entrañas algo iba a nacer. Su angustia le fue transmitida al cielo y este para tranquilizarla le dio de beber toda el agua que tenía. Corrieron hilos de agua que poco a poco se convirtieron en ríos recorriendo las cicatrices de la tierra. El bebé estaba a punto de nacer y la madre se encontró de repente perdida entre tanta tierra en movimiento, entre tanta tierra arrastrada por el agua. Y el bebé nació ahí y la tierra y el agua lo cubrieron. La lluvia dejó de caer del cielo, pues éste sintió que la tierra había parido.
Fuente original de la imagen.

jueves, 13 de enero de 2011

El caracol y su tormenta

Y ahí estaba otra vez esa nube gris, rechoncha y enorme. Por los truenos que sonaban dentro de ella, era de esperarse que seguiría creciendo, como siempre. Crecería y crecería hasta convertirse en una nube negra que llenaría todo el espacio. El caracol ya estaba cansado. Siempre sucedía lo mismo.
De pronto, las gotas de agua comenzaron a caer, primero unas poquitas de esas chiquititas que uno apenas puede sentir. De hecho, había comenzado a llover poco tiempo antes, pero el caracol no se dio cuenta de tan pequeñas que eran las gotas. Lo único bueno de todo esto era que el caracol podía elegir el color de la sombrilla y entonces, en su corazón un brillo como de sol resplandecía. A veces pensaba que era lo único bueno en aquel mundo pequeño. Ahora las gotas cada vez se volvían más y más grandes y poco a poco se empezaba a formar aquella cortina de agua que una vez más lo llenaría todo.  
El caracol empezó a imaginarse de que color sería su nueva sombrilla, se imaginaba una sombrilla anaranjada, si, anaranjada. Nunca se había imaginado una así. Sería naranja con líneas de color morado y un azul muy intenso. Y el mango de la sombrilla, sería en forma de espiral y cada giro de la espiral estaría formada por otras espirales cada vez más pequeñas.  ¡Que divertido era todo esto!. Y mientras lo pensaba, la sombrilla se iba formando exactamente de la forma y los colores que él caracol se imaginaba. Ahora la sombrilla tendría puntos. Y cada vez que una gota tocará uno de ellos un sonido único sonaría, entonces la sombrilla debajo de aquella cortina de agua sería como una gran orquesta.
¡La música!. Que bueno era escuchar todos aquellos sonidos que caían del cielo, la lluvia no era más un evento aburrido y monótono, ahora era una fiesta de color, formas y sonidos. El caracol sonreía, el no se daba cuenta pero de su corazón de caracol salía un sonido como de arpas, de cientos de ellas.
            Lentamente, la nube comenzó a desaparecer y del cielo no cayeron más gotas. La sombrilla comenzó a desaparecer conforme las gotas del cielo dejaron de caer. Ahora en el centro de aquel mundo pequeño, solo había un gran lago que se había formado con todas las gotas de lluvia. 
El caracol estaba un poco triste, ya no llovía ni había sombrilla de colores, ni música, estaba él solo en su pequeño mundo. En este punto debo insistirles, este era un mundo pequeño de verdad, solo cabían un caracol, una tormenta o un lago y una sombrilla, nada más. Cada cierto tiempo se formaba, una vez más, aquella nube gris y rechoncha y la historia volvía a comenzar. El caracol podía imaginarse otra sombrilla, la que él quisiera, de colores, con música, sin música, alargada, puntiaguda, ancha, circular. El número de formas que la sombrilla podía tomar no tenía límite.
            Alrededor, existen muchos mundos pequeños, algunos con caracoles y tormentas, otros con grillos y ríos, otros con catarinas o con pequeñas aves invisibles a nuestros ojos. En ellos, en este momento, está ocurriendo una historia que volverá a empezar.
Fuente original